La Asociación Amigos del Palacio de La Mosquera ha promovido la conferencia «La Fiesta de la Moragá: Orígenes y tradiciones» a cargo de Daniel Peces Ayuso, con la colaboración del Ayuntamiento de Arenas de San Pedro.
La conferencia tuvo lugar en el Palacio del Infante don Luis de Borbón y Farnesio o Palacio de La Mosquera el pasado viernes 2 de noviembre de 2018 y a ella asistieron el Concejal de Cultura del Ayuntamiento de Arenas de San Pedro, Germán Blázquez Mateos, la presidenta de la Asociación de Amigos del Palacio de La Mosquera, Mª Antonia Rodríguez, y muchos de sus socios y simpatizantes.
Por cortesía de Daniel Peces Ayuso, el contenido de la conferencia fue el siguiente:
La Fiesta de La Moragá, por Daniel Peces Ayuso
La fiesta de la Moragá forma parte integrada de una amplia serie de festejos, antiguos, muy antiguos que se suceden desde el 30 de noviembre hasta el 24 de Junio. En los que se festeja y celebra sobre todo el final de gran parte de las cosechas, así como la obtención y cata de la miel del vino nuevo. Es el tiempo de la oscuridad, en el que la tierra deja de producir, y es preciso haber hecho antes acopio de víveres con los que afrontar el frío invierno, hasta la llegada de la próxima primavera. Quizás sea este el motivo por el que se ha asociado este tiempo a todo lo que tiene que ver con la muerte…
Las culturas clásicas lo explicaron a través de mitos, como el de la griega Perséfone, o la romana Proserpina hija de Ceres diosa de las cosechas y de la fertilidad y el dios de dioses de Júpiter. Raptada por su tío Plutón y llevada a los infiernos o inframundo donde reinaría junto a su esposo y raptor… el mito cuenta como su madre Ceres al echarla de menos la busca desesperada, entristecida y sobre todo enfurecida por la desaparición de su hija, dejó yermos y estériles los campos y los ganados deteniendo el crecimiento de todos los seres vivos. En su búsqueda la tierra que iba pisando se transformaba en desierto…. Júpiter al ver la gravedad de los hechos y las consecuencias de estos, pactó con Plutón, gracias a la medicación de Mercurio, logrando que Proserpina viviera seis meses en el inframundo con su esposo y los otros seis, en compañía de su madre. Creándose de este modo lo que conocemos como otoño e invierno y primavera y verano….
Del mismo modo encontramos explicaciones similares en otras culturas más antiguas como la egipcia, a través del mito regenerador de Osiris… pues la total dependencia del ser humano al entorno, es algo que va unido a nuestra especie desde que el mundo es mundo. Saber cuándo, cómo y dónde preparar los campos para su cultivo, sembrar, cosechar y almacenar los alimentos, era fundamental no solo para el desarrollo social, sino para la propia existencia de todas y cada una de las diferentes culturas humanas, incluyendo por supuesto la de nuestros antepasados. Vinculo que actualmente se ha perdido en gran parte, ante una sociedad que siempre tiene prisa por alejarse de una tierra que le sustenta y de la que siempre dependerá directa o indirectamente.
Por eso me es difícil explicar ese vínculo que tenían nuestros antepasados con la tierra y por ende con la vida y con la muerte. Conocimientos y saberes que se iban pasando de generación en generación, y que estaban basados en la observación y en la experimentación a través de la tradición oral. Así como la íntima relación que tenían con la vida y más aún con la muerte. Pues para ellos y al contrario que para muchos de nosotros, la muerte representaba el principio de la verdadera vida, no el final de esta. De ahí la importancia de buscar fechas propicias para festejar y adorar a la muerte viva. Teniendo en cuenta el calendario europeo, la mejor fecha de todas sin lugar a dudas son los oscuros días de largas noches que ofrece el otoño y el invierno.
Según los cronistas griegos y romanos como Estrabón, Diodoro o el mismo Cesar, los grupos celtas (entre los que estaban incluidos los protocélticos Vettones) celebraban cada 30 de octubre y uno de noviembre la entrada del año nuevo. Y entre los diferentes ritos y costumbres que realizaban durante este tiempo festivo, destaca de forma relevante los relacionados con la noche previa al día uno de noviembre, pues tenían que preparar todo para recibir una visita muy especial, “la llegada de los muertos”, tanto los afables o queridos como los menos deseados e incluso peligrosas almas en pena que quedaban presas entre el mundo de los vivos y el de los muertos. Ya que según sus creencias la noche del día 30 de octubre hasta la salida del sol del 1 de noviembre los muertos venían literalmente a visitar a los vivos…
Tanta importancia tenía todas estas creencias y ritos de origen pagano, relacionados con la fiesta del uno de noviembre, que con el tiempo la iglesia católica ante la imposibilidad de erradicarlos, simplemente los cristianizó. Dedicándolos muy oportunamente a los difuntos. Lo que no evitó el mantenimiento de ciertos usos creencias y costumbres paganas. Como es el caso de algunas de las tradiciones que se han mantenido aquí en Arenas de San Pedro y su comarca, dónde ha pervivido una forma muy especial y personal de celebrase, y que recibe el nombre propio de Fiesta de la Moragá.
Para hablarles de ello debo remontarme a su borroso y poco estudiado origen protocéltico Vetton, pueblo y cultura de la Iberia prerromana que como bien es sabido habitó esta comarca, y cuyo estrato cultural y etnográfico se ha mantenido a través de los tiempos, gracias a la ininterrumpida transmisión oral de generación en generación hasta llegar a nuestros días. Prueba de esta pervivencia cultural, puede ser entre otros el mantenimiento de algunos topónimos de evidente origen prerromano como las palabras; Nava, que significa valle fértil entre montañas. Braga, nombre de los pantalones que usaban tradicionalmente vetones y celtas…. o Are, que significa “cercano a”, de dónde creo viene el nombre de nuestra ciudad. De hecho el nombre de otra ciudad abulense, Arévalo es un claro ejemplo de esta permanencia celtica o mejor dicho Vetona. Al ser una palabra compuesta por Are = cerca y valón = muro o barrera, cuyo significado literal sería “cerca de la barrera”. En el caso del primer nombre de nuestra ciudad Arenas de las Ferrerías, quedaría del mismo modo claro su significado, “Cercanas de las Ferrerías…
Por otro lado y teniendo en cuenta las particularidades de estas fiestas en las tierras de Arenas de San Pedro, decir que no se trata de un hecho aislado, ya que ritos y costumbres similares se daban y dan en buena parte de las culturas europeas del primer milenio antes de Cristo. Además hay que tener en cuenta que nuestra cultura Vettona, estaba profundamente influida a todos los niveles por otras culturas orientalizantes más avanzadas llegadas por mar a través del Mediterráneo, como pudiera ser la egipcia, fenicia, griega, semita o romana… y por supuesto por las culturas atlánticas indoeuropeas…
Para todas estas culturas la muerte suponía la entrada en la verdadera vida. Concibiendo la otra vida de forma similar a los placeres y gozos existentes en esta vida terrenal. Así para las personas justas y buenas había un paraíso en el que les esperaban todos sus familiares finados, y en el que todo es abundancia y alegría eterna. Mientras que a los malvados e injustos les esperaban las fauces de un terrible monstruo que les devoraría en el mejor de los casos, o un infierno opuesto al paraíso en el que todo son penas, dolor, tristeza y maldades eternas… lugares estos a los que se accedía tras cruzar un río de fuego para las culturas orientalizadas y de aguas puras y cristalinas para los grupos célticos menos influidos por dichas culturas mediterráneas. Aguas que representaban simbólicamente por un lado el renacimiento tras la purificación. Y por otro la partida sin regreso.
(Esta forma arcaica de entender la muerte, es exactamente igual a la que yo mismo he recogido por boca de mis mayores, cuando me hablaban de la muerte. Ya que todos ellos creen en un cielo en el que se reunirían con sus seres queridos en el que no habría dolor ni penas, un infierno para los malos y un purgatorio para los que no habían sido buenos ni malvados. Del mismo modo hablaban de irse o estar “a la otra orilla” haciendo referencia al último viaje que todos hemos de hacer… palabras que denotan la permanencia de buena parte de aquellas creencias vettonas o celticas aún vivas en nuestros mayores)
Para cruzar este río era precisa la ayuda de un esquelético barquero al que había que pagar para hacer este último viaje. De ahí la costumbre de poner una o varias monedas en los ojos o en la boca a los difuntos desde dicha época hasta bien entrada la edad media castellana. Una vez llegados a “la otra orilla” las almas se verían sometidas a un juicio presidido por una corte de diferentes deidades todas ellas asimilables al Hades griego, al Saturno romano o al dios infernal Vaelicum de los vettones. De cuyos designios y vida del difunto dependería su destino final eterno…
Pero del mismo modo y también según estas creencias de origen pagano, había una serie de almas, las cuales por algún terrible y particular motivo no hallaban descanso ni tras las puertas del paraíso, ni tras las de las infernales… estas almas impías estaban castigadas a vagar eternamente en una fina línea entre este mundo real y el otro. Incordiando incluso llevándose consigo otras almas incautas a su eterno vagar, penando y haciendo sufrir a los vivos que en sus caminos se cruzaban. Por lo que generalmente tras morir los criminales más despiadados o simplemente las personas más temidas, se ponía mucho esmero en el entierro, asegurándose de que no “se levantaría jamás de la tumba”.
Para ello se le encadenaban las manos o cortaban los pies o la cabeza. Además de enterrarlos bocabajo, sin olvidar de poner una moneda dentro de la boca para asegurarse con ello que pagaría “al barquero” que le alejaría de ellos para siempre… del mismo modo se les ataban las manos con una cinta, para que no pudieran mover las manos… se les ataban los pies con otro cordón para que no entraran con el pie izquierdo en el otro mundo… atando con un pañuelo la cabeza para cerrarlos la boca y de ese modo impedirles el habla tras la muerte…. De tal modo que el difunto una vez muerto no pudiera asir con las manos, andar ni hablar… con este motivo se colocaban cruceros en los caminos pues servían de protección en caso de tener la mala fortuna de cruzarse con estos fantasmas llamados tradicionalmente Espantos. Bastaba subirse a las peanas de dichos cruceros, arrodillarse con la mirada puesta en el suelo o tapándose los ojos con las manos e invocar a Sta. María para librarse de tan temida aparición.
Con todo y eso se creía que a pesar de la maldad de los espantos, tras quedar entre un mondo y el otro, se las daba una oportunidad de redimirse e ir a los cielos. Permitiéndoseles aparecer a los vivos, para indicarles de alguna forma como reparar el mal que habían hecho en vida, y por lo que habían sido tan duramente castigados a vagar entre los vivos y los muertos.
Almas que se manifestaban en lugares encantados o malditos, a los que era fácil evitar… pero que no podían evitar cruzarse con ellos, en determinados días y noches del año, a ellos consagrados. Dichos momentos coinciden con los solsticios de invierno y de verano, así como en otras fechas relacionadas con diferentes advocaciones cristianas, sobre todo personajes del extenso santoral católico. Así las fiestas relacionadas con San Bartolomé, San Blas, San Sebastián, Viernes Santo, o esta de la Moragá… días en los que las brujas se pasaban sus poderes de unas a otras…. O en las que salía la Santa Compaña, como el curioso caso recogido en Gavilanes, en el que según es tradición la noche de todos los Santos, sale la Santa Compaña recorriendo el cerro de la Pinosa, hasta llegar a un pino enorme en el que esconde un fabuloso tesoro, que será del que sea capaz de seguirla sin ser visto ni hechizado por su lúgubre canto mortal….
Estas creencias eran tan fuertes que una vez oculto el sol, todos hombres y mujeres se cerraban en sus casas, evitando en la medida de lo posible salir al campo… yo mismo he recogido no pocos testimonios de hombres que ante este miedo y la necesidad de buscarse la vida, salieron la noche de todos los santos a por bellotas a las dehesas, saliéndoles las luces aterradoras que solo desaparecían al entrar en los arrabales de pueblos, aldeas y villas. En Arenas se cuenta el cuento leyenda de las siete brujas del valle, tres de la Parra, tres de la Higuera y la capitanita de San Esteban, que eran como los siete vientos, los tres malos, los tres buenos y el que se llevó a María Sarmientos. Las mismas que le salieron una noche de todos los santos a un arriero que llevaba una medicina a un cabrero en peligro de muerte…
Creencia que duraba como les comentaba durante las horas nocturnas, hasta la salida del astro rey…. pues igual que la luna y las sombras las amparaban, la luz del sol las “espanta”… también colgar siemprevivas en las ventanas y balcones espantaba a los malos espíritus, brujas o nigromantes. Del mismo modo poner las tenazas de la lumbre abiertas en forma de cruz sobre los rescoldos evitaba que pudieran entrar por las chimeneas… o pintar determinados dibujos en ocre o grabados en dinteles y jambas, alejaba el mal de las casas, como la estrella o flor de seis pétalos, gallos, cruces, etc. con el mismo sentido se cuelgan hoy en día los ramitos del Domingo de Ramos, o el tomillo de los altares del Corpus Cristi, o se encendían velas y lamparillas…
Pero volviendo a estas fiestas nuestras de la moragá, la mejor manera de protegerse y alejar las almas en pena de los pueblos, villas y con ellos de los domicilios familiares, consistía en el salir de las casas dicho día y hacer lumbres lejos, por los montes donde pasaban el día comiendo lejos de sus casas y aldeas encendiendo grandes hogueras para que cuando llegara la noche las animas acudiesen como moscas a la miel, a los lejanos resplandores mortecinos de los rescoldos encendidos y espabilados por el aire de la noche otoñal. Ese es el sentido de celebrar la fiesta lejos de los hogares, alejar a las almas en pena.
Una vez en casa no se encendía la lumbre y si se encendía se cerraban ventanas y balcones para que la luz no atrajese visitas no deseadas. Tan solo una vela, tea o lamparilla en aceite, alumbraba una estancia para “dar luz” a los muertos familiares, para ayudarles a encontrar su camino a la otra vida eterna…. Acurrucándose en los escaños y demás asientos entorno al hogar los miembros de la familia para rezar por las ánimas del purgatorio o contar historias que no hacían más que poner una nota más trágica al lúgubre ambiente. Leyendas como la de la Niña Perdida, la Piedra de la Debanadera, la de las Jabayosas, la del Malpelo, Ura Ura la Asaura, la Cabra cabresa, el castillo irás y no volverás… cuentos y leyendas que hacían muy difícil el conciliar el sueño aquellas noches de mi infancia… relatos acompañados durante toda la noche por el tañer triste e ininterrumpido de las campanas tocando a muerto sin descanso….
Con todo y como les decía hace un instante, para alejar estas visitas se colgaban de las puertas, balcones, corredores, troneras y ventanas ramas del Ramo Bendecido el Domingo de Ramos. En Guisando o en el Hornillo se servían de la anteriormente mencionada Siempreviva para alejar a estas animas y a las brujas, mientras que el Poyales del Hoyo ese papel se otorgan al romero en las luminarias de San Sebastián…. o al tomillo del Corpus Cristi en Arenas de San Pedro… por si era poca protección solían graban en los dinteles de las casas cruces y otros signos con el mismo fin de alejar seres infernales y enfermedades de la casa… en las fachadas y sobre todo en las chimeneas se solían pintar con ocre las mismas cruces y signos cristianos como el gallo o el jarrón con tres ramos de azucenas símbolo de María la Virgen. Pero junto a estos signos se encuentran otros más antiguos como lo es la llamada Estrella con forma de flor de seis pétalos, generalmente tres oscuros y tres claros que se tenía como uno de los mejores repelentes del mal…
En los tejados se solían colocar unas piezas que a simple vista parecen meros adornos decorativos llamados “espantabrujas”. Estas piezas se colocaban con esmero en cada esquina así como en la parte más alta de los tejados, y chimeneas con el fin explícito en su nombre de impedir a las brujas y con ellas a todo ser maléfico, sentarse sobre sus casas para descansar en sus fantásticos vuelos nocturnos cuanto menos entrar en ellas.
En ese día las casas que velaban a algún difunto ponían mucho cuidado en colocar bien “la teja revolveéra”. Ya que era costumbre dar la vuelta a una teja del tejado durante los nueve días que duraba la novena a los difuntos. Tiempo que tardaba el alma de los muertos en irse definitivamente de este mundo al otro, y durante el cual se les permitía entrar y salir de la casa a su voluntad para despedirse de “los suyos” a través de dicha Teja Revolveéra. Una vez pasados los nueve días de la novena (días que representan simbólicamente a los nueve meses de gestación hasta el parto…) se colocaba de nuevo en su posición. Acto que se repetía la noche del 30 de octubre hasta el alba del 1 de noviembre para que no entraran ánimas no deseadas.
Hay otra tradición muy curiosa relacionada con los misteriosos poderes y costumbre de dar la vuelta a una teja del tejado en estas tierras, y que afirma que si das la vuelta a una sola teja del tejado en el momento en el que cruza sobre el mismo una o varias bandadas de grullas, estas dejan súbitamente su perfecta formación en V, provocando el caos, hasta que se vuelve la teja a posición normal o se alejan de dicho tejado… y es que según la tradición estas aves son capaces de percibir la muerte y más cosas que nosotros ni siquiera imaginamos… como por ejemplo el poder mágico de llevar en sus alas las almas de los muertos al cielo…por eso al pasar sobre una teja revolvedera deshacen la formación para buscar y recoger el alma del muerto y llevarla a lo más alto…
Por si fueran pocas las tradiciones paganas, a raíz de la llegada del cristianismo se sumó otra costumbre más en estas tierras, destinada a alejar los malos espíritus la noche de su fiesta principal, El sistema era sencillo, consistía en tocar las campanas de las iglesias toda la noche sin interrupción. Pero no cualquier toque, ya que tenían que tañer a muerto… para ello cada localidad se organizaba de forma independiente, ya que en algunas localidades se formaban largas filas que esperaban turno para “tocar las campanas por los suyos”, de este modo cada toque iba destinado a la salvación de las ánimas de los familiares. En otras localidades eran los mozos quintos los encargados de quedarse la noche en vela, al calor de una lumbre que solían hacer en las torres campanarios del Valle, asando moragos (carne de cerdo) y calbotes (castañas), regadas eso sí con el buen vino nuevo del año recientemente corrido y trasegado para su venta o consumo.
En otras localidades se organizaban gracias a las Cofradías especialmente a la de la Vera Cruz, antaño presente al menos en el noventa y cinco por ciento de nuestras poblaciones. Hay una coplilla tradicional que se cantaba en Arenas de San Pedro por estas fechas que ilustra muy bien el ambiente bipolar de esta fiesta, dice así;
“Ya llegan los Santos, y el vino nuevo,
para que las pelonas, echen buen pelo,
que resaladita, que dame la mano,
que resaladito que ya te la he dado
Que resaladito, que ya te la he dado.
Se pasaron los Santos, no vi tu cara,
pero la noche aquella, vi tu castaña.
Arenera arenera, llámale a mañas
Que de erizos quemando, sacas castañas….”
Y es que a pesar de lo dicho, la verdad es que estas fiestas se han venido viviendo de diferente forma, dependiendo de las horas festivas y jocosas del día, respecto a las horas lúgubres y religiosas de la noche.
Por eso durante el día es costumbre primero hacer visita al cementerio para rezar, asearlo, poner flores y velas. Tras la obligada visita, llegaba la hora de la fiesta al “juntarse” con amigos o familiares, siendo la tradición más generalizada el reunirse los miembros de las mismas generaciones, los cuales haciendo una puesta en común se hacen con castañas, carne de cerdo, embutidos y sobre todo vino de Pitarra, Embocao, Ligeruelo, limonada o angélica… así como dulces tradicionales como las torrijas y los buñuelos… Una vez que se tienen todos los alimentos rituales se dirigen juntos a un lugar distante a través de los montes y altos cerros, cada uno al que se suele acudir cada año, por lo que puedo afirmar que cada “panda, cuadrilla o caterva” tenía y algunas aún tienen su lugar propio en el que pasar todo el día comiendo y bebiendo y sobre todo divirtiéndose todo lo posible, no es mala manera de pasar el tiempo, sobre todo sabiendo lo que nos espera a todos tarde o temprano…
Tal es así que no era extraño que de este día salieran nuevos noviazgos, al ser uno de los pocos festejos en los que se permitía estar juntos a jóvenes “adolescenticos u otros reprimidos amores”… Todas las tareas se hacían en equipo, desde construir con piedras el “fogueril”, a recoger la leña o preparar los alimentos al calor de la siempre acogedora lumbre. Pues he de decir que en estas tierras lo más normal es que lloviera por estas fechas, y que lo hiciera con ganas, cosa que no medraba los ánimos, utilizando en estos casos algún casillo, cueva o majada abandonada…
La mañana se pasaba entre bromas catando el vino, preparando la lumbre. Lumbres que debían ser grandes y estar lista con una buenas brasas al medio día para asar la carne de cerdo o morago.., tras la comida canciones, bailes, juegos en amena compañía y diálogos subidos de tono en este peculiar banquete al aire libre. A media tarde se comenzaba a preparar el alimento rey del día, las castañas llamadas calbotes. Para ello cogían gran cantidad de jaugos (hojas secas de los pinos negrales) que iban acumulando cerca de las brasas para secarlos en caso de estar húmedos. Mientras que otros armados con navajas o cuchillos “sajaban las castañas para que no peyeran” o reventasen… aunque siempre se dejaban algunas castañas sin rajar, actuando estas como verdaderos petardos que estallaban cuando menos lo esperaban, provocando la risa y un punto de tensión lúdica muy divertida. También servían para atraer los espantos, por eso se echaba un puñado de castañas sin sajar momento antes de abandonar el banquete montaraz y regresar a las poblaciones.
En algunos casos se llevaba una sartén vieja a la que se la había agujereado el culo, con el fin de convertirse en una sartén especial para asar castañas. De este modo es como se suelen asar tradicionalmente en los hogares de estas tierras, ya que son pocas las familias que no disponen de dicho útil gastronómico al tratarse de un material reciclado muy asequible. Pero en los montes el sistema era distinto, la forma más práctica y optima por el resultado de la misma es la que os voy a describir a continuación, pues de las formas tradicionales de asar castañas recogidas hasta la fecha es la única que siempre asegura el mejor resultado y aprovechamiento al no quemarse ni perderse entre las abundantes brasas de las hogueras ni una sola castaña.
El método es sencillo, lo primero que se hace es limpiar un corro de tierra lejos de la lumbre, a la que se realimenta constantemente tras guisar los alimentos del mediodía, pues sirve como foco único de calor.
Sobre el corro se coloca una cama de jaugos muy prietos de unos 15 a 20 cm de ancho, sobre esta cama se coloca otra de castañas bien colocadas “con la panza para arriba”. Sobre estas se coloca otra capa de jaugos y así sucesivamente dependiendo de la cantidad de castañas a asar. Sobre y en torno a todo este túmulo se coloca otra capa más jaugos secos y teniendo en cuenta la dirección del aire se prende fuego en la base, primero a favor de dicha corriente, posteriormente a los costados. Se deja que arda bien y se espera a que se consuman los volátiles jaugos, convertidos en ingrávidas pavesas que simplemente soplando o abanicando se apartan dejando a la vista las castañas asadas al punto, las cuales se pueden recoger sin perderse ni una.
Este momento, el punto en el que se cogían y pelaban los primeros calbotes era el momento álgido de la fiesta, el vino y la buena comida habían hecho su efecto, sobre todo el vino, por lo que hambre lo que se dice hambre a esas horas y tras todo un día sin “dejar de roer”, cualquier excusa era buena para seguir jugando, sobre todo cuando todo el mundo tiene las manos negras de pelar las chamuscadas castañas o mejor dicho calbotes. Pues de las manos pasaban a la cara, tiznándose unos a otras y viceversa dejándose “como un Cristo”.
Pero esta costumbre o broma de tiznarse la cara unos a otros, tiene otra utilidad, sentido y origen. Ya que según los cronistas clásicos, los celtas europeos se tiznaban la cara en un intento de adoptar una apariencia o forma lo suficientemente creíble y monstruosa, como para alejar a las ánimas en caso de que estas les salieran al paso en la soledad del camino y de la noche… sea como fuere es al caer el sol cuando sobre todo los más jóvenes se tiznan la cara y las manos antes de regresar a las villas, pueblos o ciudad de Arenas de San Pedro.
Lavándose antes de entrar en los pueblos con el cristalino agua de las abundantes fuentes, arroyos o ríos de esta tierra montañesa. Ya que una vez en casa se dejaba a los amigos, convirtiéndose en una fiesta de vecinos y familiares con un carácter totalmente diferente como os comentaba anteriormente. Comiendo castañas pero en este caso cocidas en puchero de barro con anís y otras especias que varían dependiendo de las recetas transmitidas en cada familia o clan. Mientras las campanas de las altas torres, lloraban su lamento monótono y continuo recordándonos que somos aquellos que el día menos pensado dejaremos de ser.
La conferencia terminó con una demostración de cómo se tocaba con dos cucharas en el folclore tradicional de la zona.
- FOTOS: Lourdes González.
- VÍDEO: Isabel González
- TEXTO: Daniel Peces Ayuso.